Cuando el pueblo pecó y Dios decidió castigarlo enviando el diluvio, todos los animales se reunieron en torno al arca de Noé. Noé era un hombre recto y obediente al que Dios le había dicho cómo salvarse junto con su familia, construyendo un arca que flotaría y les daría cobijo al subir las aguas.
Los animales habían oído el rumor de que Noé acogería en el arca sólo a las mejores de las criaturas vivientes. Y así los animales acudieron, compitiendo entre sí, cada uno presumiendo de sus propias virtudes y, cuando era posible, rebajando los méritos de los demás.
El león rugió:
- Soy el animal más fuerte y, ciertamente, me deben salvar.
El elefante barritó:
- Yo soy el más grande. Tengo la trompa más larga, las orejas más grandes, y las patas más pesadas.
- Ser grande y pesado no es tan importante -protestó el zorro-. Yo, el zorro, soy el más inteligente de todos.
- ¿Y qué hay de mí? -rebuznó el burro-. Yo pensaba que era el más inteligente.
- Parece que cualquiera puede ser inteligente -dijo la mofeta-. Yo huelo mejor que cualquier otro. Mi perfume es famoso.
- Todos vosotros os arrastráis por la tierra, pero yo soy el único que trepa a los árboles -gritó el mono.
- El único -gruñó el oso-. ¿Y qué crees que hago yo?
- Yo soy familia del tigre -ronroneó el gato.
- Yo soy primo del elefante -dijo el ratón.
- Y yo soy tan fuerte como el león - replicó el tigre-. Y tengo la piel más bonita.
- Mis manchas son más admiradas que tus rayas -interpuso el leopardo.
- Yo soy el mejor amigo del hombre -gañó el perro.
- Tú no eres amigo. No eres más que un adulador que mueve la cola - aulló el lobo-. Yo soy orgulloso. Soy el lobo solitario y no adulo a nadie.
- Beé - baló la oveja-. Por eso siempre tienes hambre. No dar nada, no recibir nada. Yo le doy al hombre mi lana y él me cuida.
- Le das tu lana al hombre, pero yo le doy la dulce miel -zumbó la abeja-. Además tengo veneno para protegerme de mis enemigos.
-¿Qué es tu veneno comparado con el mío? -cascabeleó la serpiente-. Y yo estoy más cerca de la Madre Tierra que cualquiera de vosotros.
- No tan cerca como yo -protestó el gusano de tierra, asomando su cabeza por un agujero.
- Yo pongo huevos - cacareó la gallina.
- Yo doy leche -mugió la vaca.
- Yo ayudo a labrar la tierra -mugió más roncamente el buey.
- Yo llevo a los hombres -relinchó el caballo-. Y mis ojos son los más grandes.
- Tú tienes los ojos más grandes, pero sólo tienes dos, mientras que yo tengo muchos -zumbó la mosca en el oído del caballo.
- Comparados conmigo todos sois enanos -llegaron desde lejos las palabras de la jirafa, que mordisqueaba las hojas de la copa de los árboles.
- Soy casi tan alto como tú - alegó el camello-. Y puedo viajar por el desierto durante días enteros sin alimento ni agua.
- Vosotros sois altos, pero yo soy gordo -lanzó el hipopótamo-. Y estoy muy seguro de que mi boca es más grande que la de cualquiera de vosotros.
- No estés tan seguro - dijo el cocodrilo, y bostezó.
- Yo puedo hablar como un humano - gritó el loro.
- Tú no hablas realmente, sólo imitas -cacareó el gallo-. Yo sólo sé una palabra, "quiquiriquí", pero es mía.
- Y yo canto con las alas - cantó el grillo.
Hubo muchas otras criaturas ansiosas de alabarse a sí mismas. Pero Noé había observado que la paloma se había quedado sola en una rama y no trataba de hablar ni de competir con los otros animales.
-¿Por qué guardas silencio? - le preguntó Noé a la paloma-. ¿No tienes nada de que vanagloriarte?
- No creo ser ni peor ni mejor, ni más sabia, ni más atractiva que los demás animales -arrulló la paloma-. Cada uno de nosotros tiene algo que el otro no tiene y que nos ha sido concedido por Dios, que nos creó a todos.
- Tiene razón la paloma - dijo Noé-. No es necesario presumir ni competir unos con otros. Dios me ha ordenado que recoja en el arca criaturas de todas las especies: ganado y fiera, pájaro e insecto.
Los animales se sintieron dichosos al escuchar estas palabras y olvidaron todos sus enfados.
Antes de abrir la puerta del arca, Noé dijo:
- Os amo a todos, pero puesto que la paloma fue modesta y guardó silencio, mientras todos los demás os vanagloriábais y os querellábais, la elijo para que sea mi mensajera.
Noé cumplió su palabra. Cuando las lluvias cesaron, envió a la paloma a sobrevolar la tierra y traer noticias de la situación. Finalmente regresó con una rama de olivo en el pico, y Noé supo que las aguas habían bajado. Cuando la tierra se secó por fin, Noé, su familia y todos los animales salieron del arca.
Después del diluvio, Dios prometió que nunca volvería a destruir la tierra por los pecados de los hombres, y que nunca se detendría en el tiempo de sembrar o cosechar, el frío o el calor, el verano o el invierno, el día o la noche.
La verdad es que en el mundo hay más palomas que tigres, leopardos, buitres u otros animales feroces. La paloma vive contenta sin luchar. Es el ave de la paz.