cuentos de hadas
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23 de Mayo, 2008 ·  General

EL MATADOR DE MIL DRAGONES

EL MATADOR DE MIL DRAGONES

   Por Máximo Damián Morales

 maximomorales@yahoo.com

    Había una vez un reino que era asolado por un terrible Dragón negro. Los campos y sembradíos estaban destruidos, los animales muertos y las moradas incendiadas hasta verse reducidas a sólo escombros y cenizas. El castillo del rey había sido devastado hasta los cimientos. Toda la gente, incluso el propio monarca, habían tenido que refugiarse en un antiguo castillo, legado de sus ancestros.

El rey convocó allí a todos sus consejeros y comenzaron a discutir diversas acciones para derrotar al Dragón.

   Kara era la hija de uno de los consejeros y, a sus oídos, todas las propuestas parecían tontas e inútiles. Recorrió con la mirada los rostros de todos los consejeros y se percató que faltaba uno, el más importante para un reino: faltaba el mago.

   Caminando lentamente se deslizó detrás del trono del rey y activó una puerta secreta que daba a un pasadizo oculto y descendió hasta las catacumbas. Avanzó casi a ciegas por túneles inundados de humedad hasta que vislumbró una luz. Se acercó a ella y encontró al mago, rodeado de velas y viejos grimorios.

— Pasa Kara y siéntate, — dijo el mago sin despegar los ojos de un larguísimo rollo de pergamino mientras que con sus manos contaba en un gigantesco ábaco de madera de ébano — te contaré una historia...

...Imanok era un guerrero formidable que llegó a estas tierras hace mucho tiempo. Cuando arribó se encontró con un reino devastado y triste y pronto le llegó la noticia de que un terrible Dragón, rojo como la sangre, había raptado a la hija del rey y se la había llevado a la cima de la montaña donde tenia su nido.

Imanok cargó su mochila con provisiones y sujetó su espada por medio de correas de cuero a su espalda para que no le molestara en el ascenso y, siendo ya de noche, mientras el Dragón dormía, comenzó a subir.

A la mañana siguiente el Dragón despertó y vio que un guerrero subía por la ladera de la montaña, entonces gritó con toda su furia produciendo un ruido desgarrador que resquebrajó la montaña haciendo que un alud de rocas y tierra cayera sobre el guerrero que quedó sepultado.

Cuando Imanok se vio atrapado entre tal cantidad de rocas pensó que era su fin, pero decidió que no se daría por vencido y lleno de esperanza sacó una, y otra y luego otra más. Cada roca pesaba más que la anterior, cada piedra lo cansaba más; pero también sabía que cada una que sacaba era un paso hacia la liberación.

El Dragón miró la ladera de la montaña y sólo vio rocas, tierra y árboles y se dispuso a dormir.

Imanok continuó con su trabajo todo el día hasta que al llegar la noche, con el último hálito de fuerza quitó la última roca. Salió y comenzó nuevamente a subir.

A la mañana siguiente el Dragón despertó y vio al guerrero que estaba más cerca y seguía subiendo la montaña, entonces lanzó una gigantesca llamarada de potente fuego que quemó al cielo y a las nubes, que se volvieron negras y cubrieron el sol y tiñeron todo el paisaje con oscuridad. Las nubes lloraron con ríos de lágrimas y se agitaron produciendo viento y, lo que al principio fue sólo lluvia, luego se transformó en una tormenta furiosa.

Imanok aprovechó la lluvia para beber y lavarse las heridas y el viento para refrescarse, pero cuando la tormenta se hizo más fuerte y el viento quería arrebatarlo, se sujetó con todas sus fuerzas a una gigantesca y pesada roca, muy parecida a las que antes lo habían sepultado. Y mientras permanecía allí abrazado sonrió al pensar en la ironía de que una roca similar, que antes lo había tratado de matar, ahora le estaba salvando la vida.

La tormenta duró todo el día pero al llegar la noche la Luna calmó el dolor del cielo y de las nubes y las estrellas volvieron a brillar. El Dragón paseó la vista por sobre la ladera de la montaña y vio sólo barro, rocas y árboles y se dispuso a dormir.

Imanok levantó la cabeza, abrió los ojos, se soltó de la roca cubierto por una gruesa capa de barro y comenzó a subir nuevamente.

El Dragón despertó al día siguiente y miró la ladera de la montaña y vio que el guerrero estaba más cerca que el día anterior y que seguía vivo y ascendiendo. Entonces enfureció de tal manera que el color rojo de sus escamas brilló como el fuego. Tomó impulso y desde el aire le lanzó a la montaña una llamarada más terrible y potente que la anterior, la montaña no pudo soportar tanto calor y vomitó desde su centro piedras de lava y rocas de fuego, que subían hacia el sol y bajaban dejando tras de sí una estela de humo negro asfixiante que pronto oscureció todo el cielo.

Las piedras de lava y las rocas de fuego caían rodando por la ladera de la montaña arrasando a los árboles y a las otras rocas comunes. Entonces Imanok tomó todo el barro que tenia en su cuerpo y formó un cuenco gigantesco para atrapar las rocas de lava y las piedras de fuego y alejarlas de su camino, mientras seguía ascendiendo.

Cuando la montaña se calmó y dejó de lanzar su fuego interior, el aire estaba tan oscuro y espeso que no se podía ver más allá de un pie.

Imanok siguió ascendiendo con cuidado, poniendo el pie de delante de tal forma que pisara al de atrás para no perder el sentido.

Llegó la noche y esta vez el Dragón no pudo ver nada porque el aire seguía siendo oscuro y se dispuso a dormir.

A la mañana siguiente, cuando el sol todavía no se había asomado, Imanok llegó a la cima de la montaña donde el Dragón tenia su nido y mantenía cautiva a la princesa. El Dragón abrió los ojos y vio al guerrero frente a él portando una espléndida espada cuyo filo relució al ser alcanzada por los rayos del sol naciente. El guerrero extendió su brazo musculoso con todas sus fuerzas y hundió la espada entre los ojos del Dragón que murió al instante.

Imanok rescató a la princesa y la llevó al castillo donde el rey le cedió el trono y los casó. Un año después nació su primer hijo, un varón al que mi abuelo, el mago, bautizó como a Zardmen, el matador de mil Dragones.

El reino prosperó y cuando el pequeño tenía cinco años subió solo a la montaña donde su padre había matado al Dragón y descubrió a diez de sus crías que mató inmediatamente, aplastándolas con piedras.

Los Dragones tienen una percepción del tiempo distinta de los hombres, pero nunca olvidan. Cuando Zardmen cumplió veinte años apareció el hermano del Dragón que había matado su padre. Este Dragón era verde como el agua del pantano y comenzó a destruir el reino. Imanok ya estaba viejo y cansado para combatirlo así fue que Zardmen tomó su lugar. Imanok le entregó su espada, su abuelo le entregó su lanza, su abuela le entregó el yelmo y el escudo de su padre y su madre le entregó la armadura que había tejido con hilos de acero, hecho con los restos de la armadura de Imanok.

Zardmen tomó el mejor caballo y descendió al poblado donde el Dragón verde aterrorizaba a los indefensos pobladores y al llegar vio que el Dragón se lanzaba sobre una hermosa joven que había quedado desprotegida e indefensa en el medio de la calle. Zardmen se interpuso y cabalgó directamente contra el Dragón verde que tenía sus afiladas garras curvas preparadas. Se lanzaron el uno contra el otro y Zardmen hundió la lanza en el corazón del Dragón y lo mató. La joven salvada se enamoró perdidamente de Zardmen y éste de igual manera de ella. La llevó al castillo pero decidieron posponer el matrimonio para que el joven pudiera salir a recorrer todo el reino hasta acabar con toda la familia del Dragón para que no volviera a ocurrir lo mismo.

Se llevó con él al joven hijo del juglar, quien seguía la misma profesión que su padre, para que escribiera todas y cada una de las batallas que Zardmen tuviera contra los Dragones.

Durante diez años Zardmen recorrió todo el reino, hasta el último palmo de tierra, y acabó con toda la familia de Dragones, y el juglar tomó nota de cada batalla y compuso canciones e hizo una lista de todos los Dragones que había matado.

Cuando volvió se casó con la joven y al año nació su primer hijo: una hermosa niña de cabellos dorados, que cuando creció se casó con el hijo de un rey vecino uniendo así sus reinos.

Zardmen tenía treinta años cuando nació su hija y cincuenta cuando se casó con el hijo del rey vecino, sin embargo su cuerpo se mantenía joven y vigoroso y no aparentaba más edad que la que tenía al casarse.

En la fiesta del nacimiento del hijo de su hija, apareció un terrible Dragón de cristal que arrancó la cúpula del castillo y lanzó su aliento contra los abuelos paternos de la niña convirtiéndolas en estatuas de cristal que al instante se resquebrajaron y se deshicieron en pedazos. Zardmen desenfundó la espada de su padre, de la que nunca se desprendía y abandonó el asiento junto a su esposa para darle muerte a ese siniestro Dragón, pero este ejemplar tenía la habilidad de volverse invisible y desapareció ante la vista de todos los que se encontraban allí presentes. Cuando volvió a aparecer lanzó su aliento sobre la esposa de Zardmen que se convirtió también en estatua de cristal para luego romperse en pedazos. Zardmen se lanzó al ataque pero su yerno fue más inteligente y arrojó sobre el Dragón una jarra de vino rojo espeso, así cuando el Dragón se hizo invisible, Zardmen pudo seguirlo al ver el vino suspendido en el aire.

Persiguió al Dragón todo el día hasta que a la noche se metió en su cueva. Todo el pueblo aguardó frente a la entrada de la cueva el resultado de la batalla. La contienda se prolongó por tres días y tres noches en las que nadie durmió ni trabajó, permaneciendo en silencio para escuchar los terribles ruidos de la batalla donde se escuchaban gritos y rugidos, el ruido de las garras y del metal al chocar. Hasta que a la tercera noche se escuchó un terrible grito que derritió la nieve de las montañas. La batalla había terminado.

El pueblo esperó a que el vencedor saliera de la cueva, pero pasaba el tiempo y nadie salía. Finalmente algunos se animaron a entrar y se asomaron a la cueva donde vieron que al fondo había un recodo, y a los pocos metros de avanzar por este recodo se encontraron con una montaña de piedras de cristal, restos de ropa desgarrada manchada con sangre, sangre en las paredes y grietas causadas por garras y la espada de Zardmen desenvainada en el suelo.

El pueblo tomó todas estas cosas y sufrió un largo luto por la pérdida del héroe.

El viejo mago soltó el rollo de pergamino y alejó sus manos del ábaco mientras le dirigía una profunda mirada a la muchacha:

— Nuestro amigo el juglar era una excelente persona y un profesional en su labor de narrador, pero tenía una deficiencia pequeña con la matemática. Zardmen ha matado sólo a novecientos noventa y nueve Dragones, por lo tanto podemos deducir que Zardmen está vivo.

— Si Zardmen está vivo y su muerte fue simulada, debió ocultarse en las profundidades de la cueva donde mató al último Dragón.

— Ve a preparar los dos mejores caballos, te encuentro en la puerta principal. — Luego hizo una inspiración solemne y agregó — Secreto del Rey.

— Secreto del Rey. — Le respondió Kara.

El mago y la joven cabalgaron toda la noche hasta que llegaron a la entrada de la cueva, ataron los caballos y penetraron en la oscuridad del lugar. Avanzaron lentamente portando una antorcha cada uno, sintiendo que se encontraban en un lugar mágico y legendario. Kara se detuvo un momento para contemplar las marcas de las garras del Dragón en las paredes de piedra.

Siguieron mucho más allá del recodo hasta que vieron al final una cierta luminiscencia. Allí estaba Zardmen sentado a la luz de una vela. Era tal como Kara se lo había imaginado, pero cuando volvió su rostro y sus ojos se posaron sobre ellos sintió la decepción de encontrarse ante un antiguo héroe que había perdido su magia.

— Saludos Zardmen — dijo el mago — venimos para solicitarle que nos ayude a vencer al Dragón negro que está asolando el reino.

El guerrero viejo de aspecto joven no contestó.

— Necesitamos de su ayuda para vencer al Dragón, nadie puede detenerlo, el reino está devastado...

— Algún otro deberá detener a ese Dragón. — Dijo con voz cansada.

— Nadie puede hacerlo, y lo sabes, sólo tú puedes con él. — Agregó Kara sin poder evitar seguir manteniendo la boca cerrada.

— Di mi vida por el reino, he matado más Dragones que nadie en la historia, he rescatado y salvado a más personas de las que jamás podrán nacer, mi nombre es recordado en cada taberna, cada castillo y cada lugar del reino y fuera de él. Quiero vivir en paz, el reino puede seguir sin mí, hasta ahora lo ha hecho.

— Dentro de poco no quedará reino. — Dijo Kara.

— Enfrenta tu destino. — Dijo el mago con voz potente.

Zardmen abrió los ojos como si le hubieran clavado un puñal, luego bajó la cabeza y con una voz apenas audible dijo:

— No quiero morir, he enfrentado a todos esos Dragones con la seguridad de la victoria, con la seguridad de que mi vida seguiría anclada a mi cuerpo, matar a ese Dragón significa mi muerte.

— Es tu elección — dijo el mago — pero no creo que lo que hayas hecho estos años sea vivir...

Kara iba a replicar pero la mirada del mago tuvo la suficiente autoridad para que mantuviera la boca cerrada y lo siguiera hacia la salida.

Cuando el mago y la joven se volvieron, en un lapso de tiempo tan corto como un parpadeo, Zardmen recordó toda su vida: sus batallas, las canciones en su nombre, su trono, su esposa, el amor, su hija, los banquetes y los años como un ermitaño que había pasado exiliado en esa cueva, plagada con recuerdos dolorosos que le horadaban el alma inundándola de angustia. Debía cerrar el ciclo, ponerle fin a esa vida, vivir para siempre y cumplir la misión con la que había nacido.

— Necesitaré mi espada — dijo una voz que retumbó en las paredes de la caverna haciéndolas vibrar con intensidad.

El sonido de un roce metálico se escuchó y el mago extrajo entre sus ropas la espada que arrojó girando en el aire hasta que Zardmen la atrapó por su empuñadura y la vida volvió a fluir en él, su cuerpo se infló con el aliento del coraje y sus ojos brillaron con la valentía del héroe.

El Dragón negro sobrevolaba el castillo lanzando poderosas llamaradas contra los viejos pero resistentes muros de piedra y contra el puente levadizo que, a pesar de ser de madera, no lograba quemar porque sus ocupantes lo mantenían mojado constantemente. Así fue que el Dragón se lanzó contra el puente levadizo y clavó sus garras hasta hacerlo descender por la fuerza, partiendo los goznes y las ruedas dentadas del mecanismo.

Un nutrido grupo de guerreros protegidos por armaduras, cascos y escudos lo esperaban en la entrada y erizaron sus lanzas como un puerco espín. El Dragón negro pareció sonreír ante aquellos atemorizados soldados que intentaban cortarle el camino. De pronto sintió el ruido de los cascos de un caballo sobre la madera del puente. Se volvió y vio a un único guerrero avanzar con una espada desnuda y ataviado por una capa sin armadura. Le lanzó una bocanada de fuego pero el guerrero era un hábil jinete e hizo que su caballo saltase el fuego y se acercase tomando más impulso. Lanzó una garra y el guerrero saltó sobre ella, aferrándose a las escamas hasta llegar a su cuerpo. La garra estrujó la carne y los huesos de un caballo con la silla vacía.

El guerrero saltó hacia el pecho del Dragón y enterró la espada hasta la empuñadura en el corazón. El Dragón se inundó de pavor, el humano lo había herido mortalmente y sintió el abrazo de la muerte.

Desde las torres y la puerta, la gente del castillo reconoció a Zardmen.

El Dragón agitó sus alas de demonio con puntas aguzadas y destrozó parte de la muralla. Zardmen desenterró la espada del corazón del Dragón y éste, en un acto de desesperación, arremetió con su cabeza cornuda y uno de los cuernos atravesó el pecho de Zardmen que cayó sobre el puente de madera mientras el Dragón caía hundiéndose en la oscuridad de los abismos del foso.

El mago y Kara llegaron junto a Zardmen y el viejo lo cubrió con los restos del Dragón de cristal haciéndolo invisible para la gente que miraba desde el castillo. Zardmen aferró el brazo del mago y dijo mientras la sangre inundaba su boca:

— Tengo miedo de morir, sabía que esto iba a pasar.

— Muere en paz, has cumplido con tu destino.

Zardmen sonrió y cerró sus ojos para siempre.

El mago y Kara depositaron el cuerpo en la cueva donde había pasado sus últimos años y cuando volvieron al castillo encontraron un pueblo alegre, que festejaba la victoria y la vuelta de su más grande héroe, aquel que luego de haber matado a los mil Dragones que demandaban su destino, fue más allá y volvió de la muerte para ser el matador de mil y un Dragones.

 fuentes: http://www.temakel.com

  Temakel: simbolismo animal

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Soy coleccionista de cuentos (sobre todo de hadas, antiguas sagas, mitos y leyendas) me fascina las historias Nórdicas, Germanas, Celtas y Griegas. Recopilo cuentos en la red y en libros. Cito las fuentes por sobre todo por respeto a la labor como autor, editor , traductor

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No soy escritor, poeta, ni licenciado en letras, soy: programador de oficio, ex-estudiante de física, estudiante de ingeniería , y empleado publico, pero también soy coleccionista de cuentos (sobre todo de hadas, antiguas sagas, mitos y leyendas) me fascina las historias Nórdicas, Germanas, Celtas y Griegas. Recopilo cuentos en la red y en libros. Cito las fuentes por sobre todo por respeto a su labor como autor, editor , traductor. Espero algún día poder publicar algo 100% mio ya que no solo acopio, sino que también aprendo. También invito a quien tenga alguna historia, cuento o mito que desee compartir , me lo envían por email y lo publico formando este parte de la colección.
Dedico este blog a dos personas muy especiales para mi, a Cecilia (que será ;yo siento; en un futuro cercano, una gran y prestigiosa Licenciada en letras "y por que no Doctora en letras") y Juanito (un ángel con todo una vida por delante) quienes compartieron un momentos de su vida conmigo pero el destino nos separo, pero siempre estarán en mi corazón.
Agradezco a todos que se tomaron su valioso tiempo en ver mis publicaciones y quienes ingresen al blog por lo mismo, a quienes se tomaron el trabajo de comentar, pero por mi carencia no pude contestar.
Y no puedo terminar sin decir perdón por mis faltas y gracias por compartir conmigo este rincón que quise que sea mágico y puro ya que no soy escritor pero me siento un NARRADOR DE CUENTOS y ese es el fin de este blog. saludos Xaver
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