cuentos de hadas
Un ambiente mágico para compartir con la familia

24 de Febrero, 2010 ·  General

Blancanieves

Blancanieves

 

 

Era un crudo día de invierno, y los copos de nievecaían del cielo como blan­cas plumas. La Reina cosía junto a una ven­tana, cuyomarco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos, con la agujase pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre se destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó:"¡Ah, si pudie­re tener una hija que fuere blanca como nieve, roja como sangre y negra como el éba­no de esta ventana!". No mucho tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, son rosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blanca­nieves. Pero al nacer ella, murió la Reina.

Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. Lanueva Reina era muy bella, pe­ro orgullosa y altanera, y no podía sufrir

que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él, le preguntaba:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Y el espejo le contestaba, invariable­mente:

"Señora Reina, eres lamás hermosa en todo el país".

La Reina quedaba satisfecha,pues sa­bía que el espejo decía siempre la verdad. Blancanieves fue creciendo y se hacía más bella cada día. Cuando cumplió los siete años, era tan hermosa como la luz del día, y mucho más que la misma Reina. Al preguntar ésta un día al espejo:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Respondió el espejo:

"Señora Reina, tú eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella".

Se espantó la Reina, palideciendo de envidia y, desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves sentía que se le revol­vía el corazón; tal era el odio que abrigaba contra ella. Y la envidia y la soberbia, como las malas hierbas, crecían cada vez más altas en su alma, no dejándole un ins­tante de reposo, de día ni de noche.

Finalmente, llamó un día aun servidor y le dijo:

-Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla más tiempo ante mis ojos. La mata­rás, y en prueba de haber cumplido mi orden, me traerás sus pulmones y su hígado. Obedeció el cazador y se marchó al bosque con la muchacha. Pero cuando se disponía a clavar su cuchillo de monte en el inocente corazón de la niña, se echó ésta a llorar:

-¡Piedad, buen cazador,déjame vivir! -suplicaba-. Me quedaré en el bosque y jamás volveré al palacio.

Y era tan hermosa, que el cazador, apiadándose de ella, le dijo:

-¡Márchate entonces, pobrecilla! Y pensó: "No tardarán las fieras en devorar­te". Sin embargo, le pareció como si se le quitase una piedra del corazón por no tenerque matarla. Y como acertara a pasar por allí un cachorro de jabalí, lo degolló, le sa­có los pulmones y el hígado, y se los llevó a la Reina como prueba de haber cumplido su mandato. La perversa mujer los entregó al cocinero para que se los guisara, y se los comió convencida de que comía la carne de Blancanieves.

La pobre niña se encontrósola y aban­donada en el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor movimiento de las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr por entre espinos y piedras puntiagudas, y los anima­les de la selva pasaban saltando por su lado sin causarle el menor daño. Siguió corrien­do mientras la llevaron los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita y entró en ella para descansar.

Todo era diminuto en la casita, pero tan primoroso y limpio, que no hay palabras para describirlo.

Había una mesita cubierta con un man­tel blanquísimo, con siete minúsculos plati­tos y siete vasitos; y al lado de cada platito había su cucharilla, su cuchillito y su tene­dorcito.Alineadas junto a la pared veíanse siete camitas, con sábanas de inmaculada  blancura.

Blancanieves, como estabamuy ham­brienta, comió un poquito de legumbres y un bocadito de pan de cadaplato, y bebió una gota de vino de cada copita, pues no quería tomarlo todo deuno solo. Luego, sintiéndose muy cansada, quiso echarse en una de las camitas;pero ninguna era de su medida: resultaba demasiado larga o dema­siado corta;hasta que, por fin, la séptima le vino bien; se acostó en ella, se encomendó aDios y quedó dormida.

Cerrada ya la noche,llegaron los due­ños de la casita, que eran siete enanos que se dedicaban aexcavar minerales en el monte. Encendieron sus siete lamparillas y, al iluminarse la habitación, vieron que alguien había entrado, pues las cosas no estaban en el orden en que ellos las habían dejado al marcharse.

Dijo el primero:

-¿Quién se sentó en mi sillita?

El segundo:

-¿Quién ha comido de mi platito?

El tercero:

-¿Quién ha cortado un pocode mi pan?

El cuarto:

-¿Quién ha comido de mi verdurita?

El quinto:

-¿Quién ha pinchado con mi tenedor­cito?

El sexto:

-¿Quién ha cortado con mi cuchillito? Y el séptimo:

-¿Quién ha bebido de mi vasito? Luego, el primero, recorrió la habita­ción y, viendo un pequeño hueco en su ca­ma, exclamó alarmado:

-¿Quién se ha subido en mi camita? Acudieron corriendo los demás y excla­maron todos:

-¡Alguien estuvo echado en la mía! Pero el séptimo, al examinar la suya, descubrió a Blancanieves, dormida en ella.

Llamó entonces a los demás,los cuales acudieron presurosos y no pudieron repri­mir sus exclamaciones de admiración cuando, acercando las siete lamparillas, vieron a la niña.

-¡Oh, Dios mío; oh, Diosmío! -de­cían-, ¡qué criatura más hermosa!

Y fue tal su alegría, que decidieron no despertarla, sino dejar que siguiera dur­miendo en la camita. El séptimo enano se acostó junto a sus compañeros, una hora con cada uno, y así transcurrió la noche. Al clarear el día se despertó Blanca­nieves y, al ver a los siete enanos, tuvo un sobresalto. Pero ellos la saludaron afable­mente y le preguntaron:

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Blancanieves -respondió ella.

-¿Y cómo llegaste a nuestra casa? -siguieron preguntando los hombrecillos. Entonces ella les contó que su madrastra había dado orden de matarla, pero que el cazador le había perdonado la vida, y ella había estado corriendo todo el día, hasta que, al atardecer, encontró la casita.

Dijeron los enanos:

-¿Quieres cuidar de nuestra casa? ¿Cocinar, hacer las camas, lavar, remendar la ropa y mantenerlo todo ordenado y lim­pio? Si es así, puedes quedarte con nosotros y nada te faltará.

-¡Sí! -exclamó Blancanieves-.Con mucho gusto -y se quedó con ellos.

A partir de entonces, cuidaba la casa con todo esmero. Por la mañana, ellos sa­lían a la montaña en busca de mineral y oro, y al regresar, por la tarde, encontra­ban la comida preparada. Durante el día, la niña se quedaba sola, y los buenos ena­nitos le advirtieron:

-Guárdate de tu madrastra, que no tar­dará en saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie!

La Reina, entretanto, desde que creía haberse comido los pulmones y el hígado de Blancanieves, vivía segurade volver a ser la primera en belleza. Se acercó un día al espejo y le preguntó:

"Espejito en la pared,dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Y respondió elespejo:

"Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella".

La Reina se sobresaltó, pues sabía que el espejo jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador la había engañado, y que Blancanieves no estaba muerta. Pensó en­tonces otra manera dedes hacerse de ella, pues mientras hubiese en el país alguien que la superase en belleza, la envidia no la dejaría reposar. Finalmente, ideó un medio. Se tiznó la cara y se vistió como una vieja buhonera, quedando completamente des­conocida.

Así disfrazada se dirigió a las siete mon­tañas y, llamando a la puerta de los siete enanitos, gritó:

-¡Vendo cosas buenas y bonitas!

Se asomó Blancanieves a la ventana y le dijo:

-¡Buenos días, buena mujer!¿Qué traes para vender?

-Cosas finas, cosas finas-respondió la Reina-. Lazos de todos los colores -y sacó uno trenzado de seda multicolor.

"Bien puedo dejar entrar a esta pobre mujer", pensó Blancanieves y, abriendo la puerta, compró el primoroso lacito.

-¡Qué linda eres, niña!-exclamó la vieja-. Ven, que yo misma te pondré el lazo.

Blancanieves, sin sospechar nada, se puso delante de la vendedora para que le atase la cinta alrededor del cuello, pero la bruja lo hizo tan bruscamente y apretando tanto, que a la niña se le cortó la respira­ción y cayó como muerta.

-¡Ahora ya no eres la más hermosa! -dijo la madrastra, y se alejó precipitada­mente.

Al cabo de poco rato, ya anochecido, regresaron los siete enanos. Imagínese su susto cuando vieron tendida en el suelo a su querida Blancanieves, sin moverse, como muerta. Corrieron a incorporarla y viendo que el lazo le apretaba el cuello, se apresu­raron a cortarlo. La niña comenzó a respi­rar levemente, y poco a poco fue volviendo en sí. Al oír los enanos lo que había suce­dido, le dijeron:

-La vieja vendedora no era otra que la malvada Reina. Guárdate muy bien de de­jar entrar a nadie, mientras nosotros este­mos ausentes.

La mala mujer, al llegar a palacio, co­rrió ante el espejo y le preguntó:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Y respondió el espejo, como la vez an­terior:

"Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella".

Al oírlo, del despecho, toda la sangre le afluyó al corazón, pues supo que Blanca­nieves continuaba viviendo. "Esta vez -se dijo- idearé una trampa de la que no te  escaparás", y, valiéndose de las artes dia­bólicas en que era maestra, fabricó un peine envenenado. Luego volvió a disfra­zarse, adoptando también la figura de una vieja, y se fue a las montañas y llamó a la puerta de los siete enanos.

-¡Buena mercancía para vender! -gritó.

Blancanieves, asomándose a la venta­na, le dijo:

-Sigue tu camino, que no puedo abrir a nadie.

-¡Al menos podrás mirar lo que traigo! -respondió la vieja y, sacando el peine, lo levantó en el aire. Pero le gustó tanto el peine a la niña que, olvidándose de todas lasadvertencias, abrió la puerta.

Cuando se pusieron de acuerdo sobre el precio dijo la vieja:

-Ven que te peinaré como Dios manda.

La pobrecilla, no pensando nada malo, dejó hacer a la vieja; mas apenas hubo ésta clavado el peine en el cabello, el veneno produjo su efecto y la niña se desplomó in­sensible.

-¡Dechado de belleza -exclamó la malvada bruja-, ahora sí que estás lista! -y se marchó.

Pero, afortunadamente, faltaba poco para la noche, y los enanitos no tardaron en regresar. Al encontrar a Blancanieves inani­mada en el suelo, enseguida sospecharon de la madrastra y, buscando, descubrieron el peine envenenado. Se lo quitaron rápi­damente y, al momento, volvió la niña en sí y les explicó lo ocurrido. Ellos le advirtie­ron de nuevo que debía estar alerta y no abrir la puerta a nadie.

La Reina, de regreso en palacio, fue di­rectamente a su espejo:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Y como las veces anteriores, respondió el espejo, al fin:

"Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella".

Al oír estas palabras del espejo, la mal­vada bruja se puso a temblar de rabia. -¡Blancanieves morirá-gritó-, aun­que me haya de costar a mí la vida!

Y, bajando a una cámara secreta donde nadie tenía acceso sino ella, preparó una manzana con un veneno de lo más virulen­to. Por fuera era preciosa, blanca y sonrosa­da, capaz de hacer la boca agua a cualquie­ra que la viese. Pero un solo bocado signifi­caba la muerte segura. Cuando tuvo prepa­rada la manzana, se pintó nuevamente la cara, se vistió de campesina y se encaminó a las siete montañas, a la casa de los siete enanos. Llamó a la puerta. Blancanieves aso­mó la cabeza a la ventana y dijo:

-No debo abrir a nadie; los siete ena­nitos me lo han prohibido.

-Como quieras -respondió la campe­sina-. Pero yo quiero deshacerme de mis manzanas. Mira, te regalo una.

-No -contestó la niña-, no puedo aceptar nada.

-¿Temes acaso que te envenene? -dijo la vieja-. Fíjate, corto la manzana en dos mitades: tú te comes la parte roja, y yo la blanca.

La fruta estaba preparada de modo que sólo el lado encarnado tenía veneno. Blan­canieves miraba la fruta con ojos codicio­sos, y cuando vio que la campesina la co­mía, ya no pudo resistir. Alargó la mano y tomó la mitad envenenada. Pero no bien se hubo metido en la boca el primer trocito, cayó en el suelo, muerta. La Reina la con­templó con una mirada de rencor, y, echán­dose a reír, dijo:

-¡Blanca como la nieve; roja como la sangre; negra como el ébano! Esta vez, no te resucitarán los enanos.

Y cuando, al llegar a palacio, preguntó al espejo:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Le respondió el espejo, al fin:

"Señora Reina, eres la más hermosa en todo el país".

Sólo entonces se aquietó su envidioso corazón, suponiendo que un corazón envi­dioso pueda aquietarse.

 

Los enanitos, al volver a su casa aque­lla noche, encontraron a Blancanieves ten­dida en el suelo, sin quede sus labios salie­ra el hálito más leve. Estaba muerta. La le­vantaron, miraron si tenía encima algún objeto emponzoñado, la desabrocharon, le peinaron el pelo, la lavaron con agua y vino, pero todo fue inútil. La pobre niña estaba muerta y bien muerta. La colocaron en un ataúd, y los siete, sentándose alrededor, la estuvieron llorando por espacio de tres días. Luego pensaron en darle sepultura; pero viendo que el cuerpo se conservaba lozano, como el de una persona viva, y que sus mejillas seguían sonrosadas, dijeron:

-No podemos enterrarla en el seno de la negra tierra- y mandaron fabricar una caja de cristal transparente que permitiese verla desde todos lados. La colocaron en ella y grabaron su nombre con letras de oro: "Princesa Blancanieves". Después transportaron el ataúd a la cumbre de la montaña, y uno de ellos, por turno, estaba siempre allí velándola. Y hasta los animales acudieron a llorar a Blancanieves: primero, una lechuza; luego, un cuervo y, finalmen­te, una palomita.

Y así estuvo Blancanieves mucho tiem­po, reposando en su ataúd, sin descompo­nerse, como dormida, pues seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y con el cabello negro como ébano. Sucedió, entonces, que un príncipe que se había metido en el bosque se dirigió a la casa de los enanitos, para pasar la noche. Vio en la montaña el ataúd que contenía a la hermosa Blancanieves y leyó la inscrip­ción grabada con letras de oro. Dijo enton­ces a los enanos:

-Den me el ataúd, pagaré por él lo que me pidan.

Pero los enanos contestaron:

-Ni por todo el oro del mundo lo ven­deríamos.

-En tal caso, regálenmelo -propuso el príncipe-, pues ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. La honraré y reverenciaré como a lo que más quiero.

Al oír estas palabras, los hombrecillos sintieron compasión del príncipe y le rega­laron el féretro. El príncipe mandó que sus criados lo transportasen en hombros. Pero ocurrió que en el camino tropezaron contra una mata, y de la sacudida saltó de la gar­ganta de Blancanieves  el bocado de la man­zana envenenada, que todavía tenía atra­gantado. Y, al poco rato, la princesa abrió los ojos y recobró la vida.

Levantó la tapa del ataúd, se Incorporó y dijo:

-¡Dios Santo!, ¿dónde estoy?

Y el príncipe le respondió, loco de ale­gría:

-Estás conmigo -y, despuésde expli­carle todo lo ocurrido, le dijo:

-Te quiero más que a nadie en el mundo. Ven al castillo de mi padre y serás mi esposa.

Accedió Blancanieves y se marchó con él al palacio, donde enseguida se dispuso la boda, que debía celebrarse con gran magnificencia y esplendor.

A la fiesta fue invitada también la mal­vada madrastra de Blancanieves. Una vez que se hubo ataviado con sus vestidos más lujosos, fue al espejo y le preguntó:

"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?". Y respondió el espejo:

"Señora Reina, eres aquí como una estrella, pero la reina joven es mil veces más bella".

La malvada mujer soltó una palabrota y tuvo tal sobresalto, que quedó como fuera de sí. Su primer propósito fue no ir a la boda. Pero la inquietud la roía, y no pudo resistir al deseo de ver a aquella joven reina. Al entrar en el salón reconoció a Blancanieves, y fue tal  su espanto y pasmo, que se quedó cla­vada en el suelo sin poder moverse. Pero habían puesto ya al fuego unas zapatillas de hierro y estaban incandescentes. Tomándo­las con tenazas, la obligaron aponérselas, y hubo de bailar con ellas hasta que cayó muerta.

 

Fin

 


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Alberto Javier Maidana

Soy coleccionista de cuentos (sobre todo de hadas, antiguas sagas, mitos y leyendas) me fascina las historias Nórdicas, Germanas, Celtas y Griegas. Recopilo cuentos en la red y en libros. Cito las fuentes por sobre todo por respeto a la labor como autor, editor , traductor

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No soy escritor, poeta, ni licenciado en letras, soy: programador de oficio, ex-estudiante de física, estudiante de ingeniería , y empleado publico, pero también soy coleccionista de cuentos (sobre todo de hadas, antiguas sagas, mitos y leyendas) me fascina las historias Nórdicas, Germanas, Celtas y Griegas. Recopilo cuentos en la red y en libros. Cito las fuentes por sobre todo por respeto a su labor como autor, editor , traductor. Espero algún día poder publicar algo 100% mio ya que no solo acopio, sino que también aprendo. También invito a quien tenga alguna historia, cuento o mito que desee compartir , me lo envían por email y lo publico formando este parte de la colección.
Dedico este blog a dos personas muy especiales para mi, a Cecilia (que será ;yo siento; en un futuro cercano, una gran y prestigiosa Licenciada en letras "y por que no Doctora en letras") y Juanito (un ángel con todo una vida por delante) quienes compartieron un momentos de su vida conmigo pero el destino nos separo, pero siempre estarán en mi corazón.
Agradezco a todos que se tomaron su valioso tiempo en ver mis publicaciones y quienes ingresen al blog por lo mismo, a quienes se tomaron el trabajo de comentar, pero por mi carencia no pude contestar.
Y no puedo terminar sin decir perdón por mis faltas y gracias por compartir conmigo este rincón que quise que sea mágico y puro ya que no soy escritor pero me siento un NARRADOR DE CUENTOS y ese es el fin de este blog. saludos Xaver
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